La semilla de pino

«¡Por nada del mundo ingresaré a la Tierra!», dijo la semilla de pino. «¡Abomino la oscuridad, y ni qué decir, el lodo! ¿Se imaginan?, yo, la hija de un árbol hermoso, permitir que me aprisionen esos toscos y oscuros terrones». Pidió entonces, a la brisa, su amiga, que la impulsara un poquito y la escondiera junto a unas piedras. «Aquí estaré a salvo», se dijo, y quedó dormida bajo el sol, y luego bajo otro sol, y otro, y otro más.

Así pasaron muchos años. Cuando despertó de su largo sueño estaba en medio de un bosque. «Hola», le dijeron sus hermanas.  «¿No nos reconoces? Ahora somos grandes árboles, pero cuando nacimos, éramos pequeñas semillas como tú, y estuvimos a tu lado en el muelle al regazo de una piña». La diminuta semilla no atinó a decir nada.

«¡Qué torpe he sido!», pensó. «Por no haber seguido el camino que me era propio en la vida, no tengo ahora ni ramas ni verdes hojas ni pájaros que canten en mi follaje. El viento no me acuna, la luna no me acaricia, ni conozco el beso sutil de las doradas estrellas. No he podido realizarme y así, moriré siendo tan sólo una semilla a la que el egoísmo no le permitió desarrollarse en una existencia generosa y plena».

Anónimo.

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